Nadie puede entender como me
siento. Nadie. Por mucho que quieran, no es posible tan solo alguien que pase
por algo parecido.
Sé, que esto no es el fin del
mundo, que hay cosas peores, por supuesto y algunas las he también vivido y aun
así, sigo considerándome afortunada pero es inevitable sufrir y algunas veces
que se te plantee repetidas veces el por que
a mi. Porque me toca pasar por esto, por lo que para unos es un rato, mejor
dicho, un buen rato de complicidad con tu pareja en tu cuarto o en el lugar que
elijas, con la ilusión de lo que vendrá en 9 meses y para mi es pasar por un
sinfín de potros, de perder el pudor de
exponerme ante multitud de personal sanitario para los que si, es un diario y
costumbre pero para mí no, un sinfín de pinchazos en mi maltrecho michelin una
vez superada mi fobia a las agujas, muchas analíticas, muchos controles, muchos
diagnósticos sorprendentes y que pillan con baja retaguardia, medicaciones,
muchas, algunas a las que mi cuerpo ni siquiera responde, un combinado de
hormonas que es una bomba de relojería para mis horribles migrañas, muchos kilómetros
con los nervios en el estomago, regresos interminables llevando a casa malas
noticias, negativos, cancelaciones, muchos minutos de salas de espera, algún que
otro paseo en bata y gorro por quirófanos con sus posteriores y
correspondientes balbuceos y frases sin sentido, tomar anticonceptivas ahora, por primera vez
como gran ironía de esta vida y sobretodo, muchas, muchas, muchas lagrimas.
Y esto sumado al querer estar
bien, aparentar que todo va sobre ruedas, que lo sobrellevas de la mejor de las
maneras, en un entorno donde cada vez como es natural van llegando mas bebes, más
positivos y buenas nuevas como la que ansias con tantas ganas. Tantos consejos
de aquellos que nos recomiendan relajarnos, ser pacientes, no obsesionarnos…
Por eso y mucho más es difícil de
entender y empatizar con lo que sufre una infértil. Seguro que si alguna me
lee, se estará viendo reflejada en mis palabras y dirá: cuánta razón tiene!